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Fernández de Avellaneda, Alonso Don Quijote de la Mancha |
Quédate en paz también, Rocinante de mi
alma, y acuérdate de mí, pues yo me acordava de ti todas las
vezes que te yva a echar de comer. Y acuérdate también de aquel
día en que, passando descuydado por junto tu postigo trasero, diziéndote:
«Amigo Rocinante, ¿cómo va?», y tú, que no
sabías aún hablar romance, me respondiste con
dos pares de castañetas,
disparando por el puerto muladar un arcabuçazo con tanta gracia, que,
si no le recibiera entre ozicos y narizes, no sé qué fuera de
mí. Quédate, pues, rocín de mis ojos, con la bendición
de todos los rocines de Roncesvalles; que si supiesses la tribulación
en que estoy puesto, yo fío me embiaras algún consuelo para
alivio de mi gran dolor. ¡Aora sus!, yo voy a contar mi desgracia, como
digo, a mi amigo el cozinero, de quien espero algún remedio, pues más
vale que lo que se ha de hazer temprano se haga tarde; que al que Dios madruga,
mucho se ayuda; en fin, allá darás, sayo, en casa el rayo, pues
más vale buytre volando que pájaro en mano.