El siglo XVI constituye una etapa decisiva en la configuración de la danza y la música popular en la península Ibérica. Entre las fuentes literarias que permiten comprender la evolución de los instrumentos asociados al baile, las obras de Sebastián de Horozco (ca. 1510–1579)[1] resultan especialmente valiosas. Este autor, figura destacada del humanismo toledano, cultivó un tipo de poesía de tono festivo y satírico, enraizada en la cultura popular.
Su Cancionero, la Representación evangélica de San Juan y el Libro de los proverbios glosados ofrecen menciones a las castañetas que revelan tanto el arraigo del término en la lengua cotidiana como el conocimiento de la práctica musical y danzaría en la España del Quinientos.
El testimonio del Cancionero
El Cancionero de Horozco recoge un repertorio variado de composiciones en verso que abarcan desde lo religioso y moral hasta lo burlesco y popular en las que el término “castañetas” se emplea con sentido figurado. En una de ellas se lee:
“Lo que allá se ha de perder
no tengo en dos castañetas
quando vengo a más correr,
pero después al volver
al paso de las carretas.”
En otra, el poeta afirma:
“Y estas honras casuales
no valen dos castañetas,
pues con estos dones tales
quieren todos ser iguales…”
En ambos ejemplos, “castañetas” aparece como metáfora de algo sin importancia, de poco valor. Esta dimensión proverbial evidencia que la voz era de uso corriente y comprensible para el público de Horozco, lo que confirma su plena inserción en el habla común del siglo XVI.
Así lo muestra el propio Horozco en su poesía:
Vuestra boca siempre llena
de miel de flor de toronja,
en loor siempre resuena,
mas si la cosa no es buena
no basta qualquier lisonja
para que no le dé pena.
E avnque mi pobre dezir
no valga una castañeta,
solo vuestro referir
lo hará ya reluzir,
y dará forma perfeta
para poderse sufrir.
El mismo matiz aparece en la prosa historiográfica de Bernal Díaz del Castillo, donde la expresión vuelve a funcionar como sinónimo de insignificancia:
“y juró que las orejas de Cortés que las había de asar, y comer la una dellas; y decía otras liviandades. Por manera que no quiso responder a la carta ni nos tenía en una castañeta”,[2]
El Cancionero de Horozco recoge un repertorio variado de composiciones en verso que abarcan desde lo religioso y moral hasta lo burlesco y popular en las que el término “castañetas” se emplea con sentido figurado. En una de ellas se lee:
“Lo que allá se ha de perder
no tengo en dos castañetas
quando vengo a más correr,
pero después al volver
al paso de las carretas.”
En otra, el poeta afirma:
“Y estas honras casuales
no valen dos castañetas,
pues con estos dones tales
quieren todos ser iguales…”
En ambos ejemplos, “castañetas” aparece como metáfora de algo sin importancia, de poco valor. Esta dimensión proverbial evidencia que la voz era de uso corriente y comprensible para el público de Horozco, lo que confirma su plena inserción en el habla común del siglo XVI.
Así lo muestra el propio Horozco en su poesía:
Vuestra boca siempre llena
de miel de flor de toronja,
en loor siempre resuena,
mas si la cosa no es buena
no basta qualquier lisonja
para que no le dé pena.
E avnque mi pobre dezir
no valga una castañeta,
solo vuestro referir
lo hará ya reluzir,
y dará forma perfeta
para poderse sufrir.
El mismo matiz aparece en la prosa historiográfica de Bernal Díaz del Castillo, donde la expresión vuelve a funcionar como sinónimo de insignificancia:
“y juró que las orejas de Cortés que las había de asar, y comer la una dellas; y decía otras liviandades. Por manera que no quiso responder a la carta ni nos tenía en una castañeta”,[2]
La Representación evangélica de San Juan
En el teatro religioso de Horozco también hallamos el término. En la Representación evangélica de San Juan intervienen un ciego y su lazarillo en diálogo burlesco. El pasaje conserva una nueva alusión a las castañetas en boca del mozo:
“Sé que estáis agora sano
y de antes ciego contrecho;
y aun ha sido a mi despecho,
que, después
que vistes, no me tenés
en aquesta castañeta.
Bien será que me pagues
antes que después me eches
más rezio que una saeta.”
Aquí la expresión “no me tenés en aquesta castañeta” vuelve a emplear el término como fórmula de desdén, en un contexto de comicidad popular. El uso dramático confirma la extensión coloquial del vocablo, perfectamente inteligible para un público amplio de mediados del siglo XVI.
El Libro de los proverbios glosados
Horozco explica que se trata de “unas palabras como de desdén del hombre que quiere dar a entender que no se le da nada por lo que le dizen o por lo que le hazen teniéndolo en poco que es el sonido de una castañeta.”
A continuación, define con notable detalle el significado y la práctica de las castañetas:
El término procede del chasquido de las castañas y bellotas al saltar en el fuego.
Por analogía, designa también el sonido producido con las manos al bailar.
El buen danzante era aquel que acompañaba su baile con castañetas, pues “es un adorno para el bayle y para el son que da mucha graçia.”
El autor observa que el bailar “sin dar castañetas” resulta incompleto o falto de gracia “baylar a sordas”, subrayando así su función rítmica y sonora en la danza.
Al mismo tiempo, describe la solución técnica desarrollada por los artesanos torneros: fabricar” castañetas de palo” que, atadas a los dedos, permiten suplir la falta de destreza natural en la percusión manual.
El pasaje revela dos aspectos significativos. Por un lado, confirma la asociación directa entre baile y castañetas como elemento indispensable del acompañamiento rítmico. Por otro, documenta el origen artesanal e industrial de las castañuelas tal como hoy las conocemos: piezas de madera diseñadas para ser sujetas a los dedos y producir un sonido controlado.
Horozco ofrece, en suma, una prueba temprana tanto de la importancia social de las castañetas en la práctica festiva como de su progresiva tecnificación y comercialización en la España del Quinientos.
Significado histórico y musicológico
Las menciones de Horozco permiten extraer varias conclusiones relevantes:
El término castañeta estaba consolidado en el léxico popular del siglo XVI, tanto en sentido literal (instrumento o gesto sonoro) como figurado (cosa baladí).
La práctica de las castañetas se concebía como un ornamento indispensable en el baile, cargado de gracia y expresividad.
La transición desde el chasquido manual a la fabricación de instrumentos de madera atados a los dedos aparece ya claramente documentada.
La obra de Sebastián de Horozco constituye una fuente de primer orden para la historia de las castañetas. Sus textos reflejan tanto el uso coloquial del término en el habla popular como una descripción temprana y detallada de la práctica del instrumento en la danza.
Al señalar su origen en los chasquidos manuales y en el sonido de las castañas al fuego, y al describir la intervención de los torneros en la fabricación de castañetas de madera, Horozco proporciona un testimonio excepcional sobre la evolución de este idiófono en el siglo XVI.
Sus observaciones enriquecen la filología del término y ofrecen a la musicología una ventana privilegiada hacia las prácticas sonoras y sociales que sustentan el origen de uno de los instrumentos más emblemáticos de la tradición hispánica.
[1] García Cañete data su fallecimiento al primer semestre de 1579.
[2] Díaz del Castillo. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España en la edición de Guillermo Serés