1903
La aldea perdida.
Armando Palacio Valdés
En torno del baile se había agrupado mucha gente. Para hablarse necesitaban gritar, porque el ruido del tambor y la gaita y las castañuelas era ensordecedor. De cuando en cuando se producía viva llamarada en uno de los ángulos de la plazoleta, subía un cohete y estallaba en el aire. Era Celso, quien, despreciando el bailoteo por grosero y prosaico, se entretenía en dispararlos rodeado de niños.