1605
López de Úbeda, Francisco
La pícara Justina
Antonio Rey Hazas, Editorial Nacional (Madrid), 1977
A Arenillas llegué a las doce del día a lo menos, entre once y mona, cuando canta el gocho. Holguéme de ver en campo raso tantos campesinos que me olían a camisa limpia, que son los ámbares de aquella tierra. Viendo tanta gente, dije a mi vergüenza que me fuese a comprar unos berros a la Alhambra de Granada. Luego, como buen predicadero, di una vuelta al auditorio con los ojos, y no sé qué fumecinos me dieron, que me parecía otro mundo. Vi de lejos que había baile y, pardiez, no me pude contener, que, sin apearme de la carreta, La castañeta repentina. puse en razón mis castañuelas y en el aire repiqué mis castañetas de repica punto, a lo deligo, y di dos vueltas a buen son. Fue este movimiento tan natural en mí, tan repentino y de improviso, que cuando torné sobre mí y advertí que había hecho son con las castañetas, si no viera que las tenía en
los dedos, jurara que ellas de suyo se habían tañido, como las campanas de Velilla y Zamora. Instrumentos unísonos a propósito.
Yo había oído decir que afirman doctores graves que cuando dos instrumentos están bien templados en una misma proporción y punto, ellos se tañen de suyo, y entonces me confirmé en que era verdad, porque como mis castañetas estaban bien templadas, y con tal maestría, que estaban en proporción de todo pandero, no hubieron bien sentido el son, cuando ellas hicieron el suyo, y dispararon una castañeta repentina, para que dijese a los señores panderos: acá estamos todos.