1892 Fernández y Medina, B. Charamuscas
Amaneció el domingo de Carnaval, y los muchachos en cuanto hubo luz estuvieron levantados, porque la noche había sido de insomnios y pesadillas, llenos de máscaras, estandartes, raros instrumentos musicales, coronas, bebidas que les embriagaban, cigarros de hoja grandísimos, que les hacían doler los ojos con el humo.
Poco á poco fueron reuniéndose en el hueco. Algunos traían pantalon blanco y camiseta roja; otros, los mas, se habían puesto sus ropas más sanas del revés, y pintada de negro la cara ó cubierta con una nariz postiza ó una careta, un antifáz, etc.; y casi todos traían, á falta de otros instrumentos, dos costillitas secas metidas entre los dedos á guisa de castañuelas ó tejoletas.
Pero Cachiruza y La Vieja, no llegaban... Al fin un bombeador avisó la llegada de un grupo. Todos se asomaron. Venía Cachiruza al frente, con su traje blanco y colorado, un gran sombrero de paja con flores y cintas en la cabeza, zapatillas con trenzado, y en la mano un baston semejando un tirso de Baco, con una cascada de cintillas. Rebosábale el contento en la cara y no hacía mas que mirarse los alpargates, y una banda de terciopelo muy sucio y gastado pero conservando bordados de gusanillo de oro, y que como signo de autoridad traía terciada sobre la blusa.