En la pintura, las castañuelas se convierten en un símbolo esencial del flamenco y de la feminidad andaluza. Aunque pequeñas en tamaño, su presencia en manos de la bailaora carga la escena de dinamismo contenido y acento rítmico. Gonzalo Bilbao no las representa simplemente como un accesorio, sino como una extensión del cuerpo y del alma de la intérprete: instrumento de percusión, sí, pero también medio de expresión emocional.
Su representación, sutil pero clara, refuerza la identidad cultural de la figura retratada, encarnando no solo una tradición musical, sino también una manera de estar y sentir. En el contexto de la pintura costumbrista de principios del siglo XX, las castañuelas funcionan aquí como un signo inmediato de lo español, especialmente en la construcción visual del flamenco como arte nacional.