1889
Pereda, José María de
La puchera
Y era lo más duro y desconsolador para la pobre Cruz, tan horriblemente sorprendida con aquellos sucesos de que no creyó capaz al zalamero pretendiente, que todas estas y otras mil cosas las decía y las hacía el marido entre cuchufletas y regorjeos, y hasta pasándole a ella muchas veces la mano por la cara, o haciendo una zapateta en el aire, o chasqueando los dedos, como los mozos cuando bailan al uso de la tierra.
Algo de ello trascendió hasta San Martín; y es cosa averiguada que los padres de Cruz vinieron en dos ocasiones a Robleces y trataron de indagar lo que podría haber de cierto en los indicios; pero como Cruz, temiéndose venganzas muy posibles si decía la verdad, alardeaba con sus padres de todo lo contrario, y su marido estaba hecho unas castañuelas, aunque la infeliz lloraba hilo a hilo cuando más ponderaba su ventura, y estaba ojerosa y descolorida y desencajada, como también andaba ya en meses mayores, tomábanse aquellas incongruencias por fenómenos de este estado, y se volvieron los padres a San Martín, si no convencidos ni contentos, tampoco muy apesadumbrados.
En estas condiciones halló Inés el cuadro de su familia al venir al mundo. Cayó en brazos de su abuela, que estaba allí por previsión muy atinada de su madre no muchas horas antes de serlo; la cual abuela hizo en aquellos días una verdadera razzia en el bien provisto gallinero, sin importarla un ardite la cara que ponía su yerno cada vez que aleteaba una gallina entre las ansias de la muerte. El bautizo no fue muy ostentoso, pero tampoco miserable, gracias a los abuelos que apadrinaron a la recién nacida y argumentaron a su gusto la solemnidad.